Publicación: 2017
Editorial: Sexto Piso
Sinopsis: Kanada comienza donde la mayoría de las novelas de la Segunda Guerra Mundial terminan: con el fin del conflicto. Porque en 1945 se interrumpen las matanzas, pero se inicia otra tragedia: el imposible regreso a casa de millones de supervivientes. El protagonista de Kanada lo ha perdido todo. Sólo le queda su antigua residencia, un improvisado refugio en el que acabará encerrándose para protegerse de una amenaza indefinida. Rodeado por unos vecinos que tan pronto parecen sus salvadores como sus carceleros, emprenderá un viaje interior que lo llevará muy lejos, hasta el oscuro país de Kanada de donde afirma proceder.
Si se piensa con detenimiento es tan asombroso el milagro de la lectura […] Encadenar una reata de signos y armar con ellos un sentido que puede entretenernos o aburrirnos, conmovernos o hacernos desgraciados.
Ese milagro de la lectura me mantiene viva. Al igual que el milagro de la escritura mantiene vivos a muchos escritores.
Qué libro. Impresionante. Cuando terminas una lectura y miras atónita el libro y vuelves a la primera página, y vuelves a leer, cada frase cobrando todo su sentido, cada pieza encajando milimétricamente, mientras vas tomando conciencia de la maquinaria perfecta, del impresionante diseño, de la imagen final… Sí, es un milagro la lectura, pero aún más que alguien escriba… así. Juan Gómez Bárcena: ¿de dónde has salido? ¿Hasta dónde vas a llegar?
Tu casa sigue en pie. Tenías la esperanza de que se hubiera venido abajo. Tal vez esperanza no sea la palabra apropiada, pero si no es ésa entonces cuál […] Tu casa no es tu casa.
Cuando todo parece estar contado, hay que dar un paso más allá. Contarlo diferente, tener un mensaje que transmitir, hacerlo de forma tan contundente como bella.
Un superviviente de la II Guerra Mundial y, al igual que en El chal, nos encontramos con un duro proceso de reconstrucción de la identidad. Si me fascinó el planteamiento de Ozick, Gómez Bárcena me ha dejado impactada y admirada con su ingeniería literaria y su forma de relatar, escenificando de forma virtuosa e inteligente la soledad del superviviente.
Así sucede siempre: es más fácil recordar a los asesinos que a sus víctimas.
Nada hay casual en la compleja estructura narrativa que pone en marcha Gómez Barcena. Para el superviviente ya no hay casa, no hay hogar, no hay espacio de seguridad, no sólo se les arrebata a sus personas queridas, sus pertenencias, su trabajo. Ya no son nadie, ya no se les recuerda. Es cierto que recordamos más a los verdugos que a las víctimas. Y en este maravilloso libro se explica el porqué: nadie es inocente. Tú tampoco. Ni yo.
Una escritura serena, que invita a que la historia se asiente dentro del lector, que no busca el efecto inmediato, sino el sosegado, el que lleva a la reflexión. Nos está contando algo, quiere llevarnos a algún lugar, no hay prisa, tampoco pausa. El ritmo es impecable: capítulos cortos, cada capítulo un goteo, un arañazo, una rasgadura. Frases cortas, rápidas, vibrantes, bellas, latigazos poéticos que tensan el estómago.
A lo mejor el mundo está hecho para ser contemplado así, en la distancia. Tal vez la moral es una enfermedad que consiste en ver las cosas demasiado cerca; tanto que comenzamos a sentir compasión o piedad por algo que debería producir únicamente risa. Un leve encogerse de hombros. Indiferencia. Porque la humanidad es de hecho ridícula, y el chiste es ese relámpago de lucidez en que por un instante lo comprendes.
No hay nombres propios, al protagonista sólo se le nombra una vez, el resto de personajes son el Vecino, la Esposa, la Hija, el Estudiante… etc. ¿Para qué nombrar lo que no tiene nombre? ¿Para qué poner nombre cuando a ti te han quitado el tuyo, te han quitado tu identidad y ya no eres nadie porque eres todos? ¿Para qué constreñir en los límites de nombres propios lo que es universal y atemporal? Apenas unos datos, reales y esparcidos como migas de pan para no perdernos en el camino, nos sirven para ubicarnos dónde estamos, cuándo sucede, qué sucede. Gómez Bárcena renuncia a nombres, localizaciones, fechas, al vocabulario del Holocausto. Pero no renuncia a una idea:
Si hay algo que has aprendido es que nada termina nunca.
Y como nada termina nunca, todo es posible: cometer los mismos errores, volver a los mismos horrores. Porque no aprendemos, ¿será esa la esencia del ser humano? ¿no aprender de los errores?
Kanada es un relato áspero, reflexivo, compacto, delicado. Un relato claustrofóbico que, de forma mágica, constantemente visualizas. En blanco y negro, monocromático. Y tan lleno de matices.
Qué puede esperarse de una especie que desde el mismo instante en que viene al mundo ya lo hace sufriendo.
No quiero despistarme, son muchas las razones por las que Kanada me ha entusiasmado, pero hay dos razones por las que he caído rendida ante este magnífico libro:
1) La estructura narrativa. Es absolutamente magistral. Nada hay casual. Ni una frase, ni una metáfora… todo está encajado a la perfección, todo tiene su sentido, todo suma para conseguir una armazón sólida y en absoluto vacía. Nada ocupa un espacio para adornar, engañar, rellenar.
El fin es empezar de nuevo. El fin es remontar el tiempo a contracorriente, como un río que el océano escupiera hacia la tierra, en busca de su diminuta desembocadura en las montañas.
Y vas comprendiendo. Y entonces ves: Kanada es una cinta de Moebius literaria perfectamente construida. Una sola cara, un solo borde, una superficie no orientable. Así es el tiempo también, el tiempo para nuestro protagonista. Una cinta de Moebius. Y así también es el alma humana. No hay principio ni fin. Salvo que cortes la cinta.
La inocencia es una carga muy pesada, casi insoportable. La culpabilidad puede arrastrarse de un modo a otro. Ser inocente, en cambio, es un peso que te aplasta: la inocencia compromete al mundo entero. […]Eres culpable, lo has sido siempre, y lo descubres ahora.
2) El sentimiento de culpa. La inocencia. Las obsesiones. La bondad. La maldad. Estos conceptos, pasados por la cinta de Moebius… ¿dónde empiezan y dónde terminan? ¿es una cosa o es otra dependiendo de dónde cortemos la cinta? ¿se puede ser una cosa -inocente- sin ser la contraria -culpable-?
Cómo plantea Gómez Bárcena el origen, o las razones del Holocausto, las secuelas del superviviente, ha sido la segunda razón. Porque no es casual que en algún momento llegues a cuestionarte si realmente está hablando de un superviviente de la II Guerra Mundial o de otra época, un superviviente que ve cómo sus liberadores pasan a ser sus opresores y sus delatores pasan a ser los presuntos “salvadores”. No, no es casual. Nada es casual en este libro.
Kanada no tolera el pasado: es un lugar en el que se está o en el que no se está, pero que de ninguna manera puede recordarse. Hacerlo es cruzar otra vez su puerta de hierro, del mismo modo que sólo una herida puede recobrar el dolor de otra herida.
Kanada no solo es un retrato tremenda y desoladoramente lúcido del sufrimiento y el sentimiento de culpa del superviviente. Es muchísimo más que eso: es una crítica colosal y contundente a la sociedad, a la obediencia ciega, a la sumisión, a la ausencia de crítica y rebeldía, y especialmente al cinismo social que convierte al inocente en culpable ¿culpable de qué?: no importa, algún día terminarás siendo culpable de algo, tal vez de sobrevivir.
Y tú les obedeces, porque es lo que siempre has hecho.